El anuncio de dimisión del director del FBI, Christopher Wray, fue el último, e inevitable, paso en la acumulación de un poder masivo e inusual en torno al presidente electo Donald Trump.
Wray dijo este miércoles que renunciaría al final del Gobierno de Biden, el mes que viene, para evitar que la oficina se viera aún más inmersa en la política con un drama de sucesión, dado que Trump ya ha elegido a un sustituto.
Para los partidarios de Trump, la salida de Wray representará otro momento de triunfo tras la remontada política del presidente electo en medio de casos penales que en su día amenazaron no solo su carrera política, sino su libertad. Insisten en que Kash Patel, el elegido por Trump para sustituir a Wray, purgará lo que consideran la politización del FBI.
Pero muchos analistas jurídicos no partidistas temen que la salida de Wray –antes del final de un mandato de 10 años ordenado por el Congreso para mantener la política fuera de la administración de justicia– represente otro desafío de Trump al Estado de derecho y un intento de aprovechar las instituciones gubernamentales para sus objetivos políticos personales.
La sustitución de Wray –propuesta por Trump– por el leal Patel, si es confirmada, consagrará uno de los principios básicos del trumpismo en el corazón del sistema judicial estadounidense: que cualquier persona o institución que se resista a sus frecuentes ansias de poder o a las aspiraciones del movimiento de línea dura MAGA es en sí misma un avatar de sesgo político corrupto.
Con eso en mente, algunos defensores de la democracia habían argumentado que Wray no debería dimitir, sino esperar a ser despedido por Trump, para retrasar y poner de relieve la toma de control de la maquinaria de la justicia por un nuevo presidente que es él mismo un delincuente convicto. Pero Wray dijo este miércoles que había llegado a la conclusión de que su deber era evitar restar valor a la misión del FBI. “Esta es la mejor manera de evitar arrastrar a la oficina al coflicto, al tiempo que se refuerzan los valores y principios que son tan importantes para la forma en que hacemos nuestro trabajo”, dijo a los agentes.
Al igual que su predecesor, James Comey –a quien Trump despidió durante su primer mandato–, Wray presidió la oficina en un momento en que se vio arrastrada al vicioso remolino de la política partidista de una manera que hizo mella en su credibilidad. Podría argumentarse, sin embargo, que el actual director del FBI hizo más por intentar mantenerse al margen que su predecesor, que intervino a finales de las elecciones de 2016 para reabrir una investigación sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton, enfadando a los demócratas, y luego fue a cenar a la Casa Blanca, donde cayó en las exigencias personales de lealtad de Trump.
Wray expresó a menudo su desconcierto ante la posibilidad de que, dada su propia inclinación republicana, se le acusara de parcialidad contra los conservadores. Pero el ambiente hiperpolitizado de los últimos años le resultó imposible de navegar.
Los conservadores se han tragado las afirmaciones de Trump de que él y sus partidarios fueron perseguidos por el FBI por su implicación en la persecución de quienes irrumpieron en el Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021, y por el registro legal de su complejo de Mar-a-Lago en 2022. Pero una opinión alternativa es que los flagrantes desafíos del presidente electo a la ley, con sus intentos de anular las elecciones de 2020 y su acaparamiento de documentos clasificados en su casa después de dejar el cargo, hicieron mucho más para arrastrar al FBI a la refriega política que las acciones de Wray en cualquiera de los casos.
Estas polémicas significaron que era inevitable que Trump –que elogió a Wray cuando lo seleccionó en 2017 como “un hombre de credenciales impecables”– se volviera contra el FBI en cuanto recuperara el poder. El presidente electo celebró la próxima salida de Wray este miércoles, declarándolo un “gran día para Estados Unidos.”
Steve Moore, un agente especial supervisor del FBI retirado, resumió la posición del jefe del FBI en “CNN News Central”, diciendo que “las credenciales del director Wray no han cambiado. Es solo que no ha hecho ciertas cosas que Donald Trump hubiera querido que hiciera”.
El representante demócrata por Massachusetts Seth Moulton, por su parte, dijo a CNN que Trump quería deshacerse del director del FBI porque “en realidad defendía la ley. Donald Trump cree que está por encima de la ley”.
Pero la reacción de los republicanos al anuncio de renuncia de Wray mostró el poder de la narrativa de Trump de que la oficina se había politizado de una manera que discrimina a los conservadores.
Muchos republicanos acusan al FBI de conspirar contra Trump en la investigación sobre Rusia, que ensombreció su primer mandato, y de facilitar lo que afirman es la instrumentalización de la justicia contra él por parte del Gobierno de Biden tras las elecciones de 2020. Un informe interno del Departamento de Justicia reveló que se cometieron graves errores en las solicitudes del Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera sobre Carter Page, exasesor de la campaña de Trump en 2016. Las afirmaciones más amplias de Trump de que fue víctima de una caza de brujas del FBI por motivos políticos son mucho más cuestionables. Pero la idea de que hubo tal corrupción representa ahora una prueba de lealtad del Partido Republicano.
“La salida de Wray es una oportunidad para una nueva era de transparencia y responsabilidad en el FBI”, dijo Chuck Grassley, el presidente entrante de la Comisión Judicial. “Los futuros directores del FBI deberían aprender una lección de los errores de Wray. Poner trabas al Congreso, incumplir promesas, aplicar un doble rasero y dar la espalda a los denunciantes ya no sirve”.
El impacto práctico de la probable sustitución de Wray por Patel será acercar mucho más el FBI al Despacho Oval, reflejando un proceso similar que probablemente tendrá lugar en el Departamento de Justicia si Pam Bondi, otra leal a Trump, es confirmada como secretaria de Justicia de Trump. En muchas presidencias, las tensiones estallan entre el FBI y el Departamento de Justicia y la Casa Blanca, ya que las agencias se consideran cuasi independientes. Puede que ese no sea el caso el año que viene.
“El presidente no ha ocultado que prevé una relación fundamentalmente diferente entre el FBI y la Casa Blanca”, dijo Tom Dupree, exalto funcionario del Departamento de Justicia en la administración de George W. Bush, a Jake Tapper de CNN este miércoles.
Dada la controversia política que perseguió al FBI en los últimos años, ambos partidos deberían ser capaces de ponerse de acuerdo sobre la necesidad de un nuevo comienzo y de que la imagen de la oficina se vuelva a centrar en la gran mayoría de su trabajo: la lucha contra la delincuencia y las bandas transnacionales y la prevención del terrorismo y el contraespionaje.
El “Proyecto 2025” de la Fundación Heritage para un gobierno conservador argumenta que “cualquier otra cosa que no sea una revisión de arriba abajo solo erosionará aún más la confianza de una parte significativa del pueblo estadounidense y dañará el tejido que mantiene unida nuestra república constitucional”. El documento insta a que el FBI “vuelva a centrarse en sus dos funciones básicas: proteger la seguridad pública y defender el Estado de Derecho”.
Pero la agitación de los últimos años demostró que la defensa del Estado de Derecho está en el ojo de quien lo mire.
No hay indicios de que Patel sea el tipo de personalidad apolítica que podría librar al FBI del partidismo. Es abierto sobre sus motivaciones profundamente políticas, apareciendo en eventos como la Conferencia de Acción Política Conservadora. Aunque pasó un tiempo en el Departamento de Justicia investigando casos de terrorismo y trabajó en el Capitolio, sus críticos argumentan que su principal cualificación para el puesto, a ojos de Trump, está en ofrecer total lealtad a los objetivos y esquemas políticos del presidente electo, algo que Comey y Wray se negaron a mostrar.
Patel ha prometido una purga en el FBI para erradicar lo que considera politización. “Tenemos que poner patriotas estadounidenses de arriba a abajo”, dijo Patel sobre el Departamento de Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés) en una entrevista en el podcast de Steve Bannon, añadiendo que el departamento bajo Trump “saldrá a buscar a los conspiradores, no solo en el Gobierno, sino también en los medios de comunicación”. Y agregó: “Sí, vamos a ir tras las personas en los medios que mintieron sobre ciudadanos estadounidenses, que ayudaron a Joe Biden a manipular las elecciones presidenciales; vamos a ir tras ustedes”.
Patel también escribió en su libro “Government Gangsters: The Deep State, the Truth, and the Battle for Our Democracy” (“Pandilleros del Gobierno: El ‘Estado Profundo’, la verdad y la batalla por nuestra democracia”) que “el FBI es ahora el principal funcionario del Estado Profundo. El liderazgo politizado en lo más alto lo ha convertido en una herramienta de vigilancia y supresión de los ciudadanos estadounidenses”.
Las advertencias de Patel sugieren que, si bien quiere poner fin a la politización del FBI, es probable que persiga la militarización de la oficina para diferentes fines políticos, a saber, los establecidos por Trump.
Aunque la selección de Patel fue recibida con horror por muchos fuera del movimiento MAGA y del Partido Republicano, todavía no hay señales de que los senadores del Partido Republicano vayan a bloquear su confirmación. De hecho, muchos republicanos abrazan la opinión de Trump de que el FBI está sesgado en su contra y ven su victoria electoral como un mandato para un destripamiento fundamental de las instituciones gubernamentales.
Y Trump no dejó lugar a dudas sobre dónde ve que descansa la autoridad legal en su nueva administración, con un comentario reciente que provocó escalofríos a quienes temen lo que ocurrirá en los próximos cuatro años.
“Soy el jefe de las fuerzas del orden, eso lo saben”, dijo a “Meet the Press” de NBC en una entrevista que se emitió el domingo.
“Soy el presidente”.
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