Leonor Drago creció en un pequeño pueblo del Alentejo portugués en la década de 1970 y, cuando veía los aviones sobrevolar su casa, estaba convencida de que nunca viajaría en uno.
Soñaba con visitar destinos como Estados Unidos o incluso Francia, pero la perspectiva de aventurarse mucho más allá de la zona en la que vivía le parecía entonces impensable.
“Para mí, Estados Unidos era algo inalcanzable”, dice Leonor, antes de explicar que su familia no podía permitirse viajar al extranjero.
“No era fácil llegar allí”.
Una carta que cambió su vida
Pero su perspectiva del mundo fuera de Moura cambió en 1975, cuando recibió una carta de una niña de 12 años llamada Michelle Anderson, que vivía en Estados Unidos.
Las dos niñas pronto se hicieron amigas por correspondencia y se escribieron historias sobre sus vidas.
El vínculo entre ellas se ha extendido a lo largo de décadas, matrimonios, hijos y diversas formas de comunicación. Sin embargo, todavía se emocionan cada vez que reciben noticias de la otra.
“Es una relación muy buena”, dijo Michelle a CNN Travel durante una llamada vía Zoom con su amiga virtualmente a su lado. “Ha sido divertido. No podría imaginarme que ella no formara parte de mi vida, y su familia también”.
Reflexionando sobre cómo se unieron hace tantos años, Michelle explica que estaba “interesada en conocer otro país” y su madre le había sugerido que intentara encontrar un amigo por correspondencia.
“Su idea era que escribiera cartas presentándome como una niña de 12 años de un pueblecito llamado Washington Depot, Connecticut, que tenía y probablemente sigue teniendo unos 3.000 habitantes, y que dijera que me gustaría intercambiar cartas con una chica aproximadamente de mi edad”, cuenta. “Hice girar el globo terráqueo y encontré tres lugares”.
Uno de ellos era una ciudad portuguesa cercana a Moura.
Según Leonor, la carta de Michelle llegó primero a manos de otra joven que no se interesó por ella. Por suerte, iba al mismo colegio que Leonor, quien pronto se quedó con ella.
“Le dije: ‘Enséñamela’”, recuerda Leonor. “Ella dijo: ‘No la quiero’. Y yo le dije: ‘¿No la quieres? Yo sí’. Así comenzó todo”.
Leonor respondió a la carta de Michelle, y las jóvenes descubrieron que tenían mucho en común.
“Le gustaba el mismo tipo de poesía que a mí”, dice Leonor. “Le gustaban las cosas dulces, bonitas”.
Michelle recuerda hoy con cariño aquellas primeras cartas, y describe cómo Leonor le pedía que corrigiera su inglés.
“Ojalá las tuviéramos todavía, porque sería muy divertido…”, dice. “Sinceramente, era cultura pop. Quiero decir, éramos chicas de 12 y 15 años, así que recuerdo que solo era qué películas habíamos visto y tal vez qué libro estaba leyendo, o qué programa era popular en la televisión. Y a veces encontrábamos similitudes especialmente en los programas o en los libros”.
A pesar de vivir en continentes distintos, estaban completamente fascinadas con la vida de la otra.
“Nunca habíamos ido de vacaciones”, dice Michelle. “Así que cuando ella hablaba de ir al Algarve de vacaciones, yo pensaba: ‘Vaya, ella puede irse de vacaciones. Qué suerte tiene’”.
Michelle señala que “enviar un paquete por correo era caro, y no había teléfonos móviles” en aquella época, así que se enviaban recuerdos de sus vidas, o de lo que les interesara.
“Nos enviábamos fotos o calcomanías”, dice. “En Estados Unidos, las calcomanías chifladas eran muy populares, y recuerdo haber enviado cosas así”.
Y aunque la idea de viajar a EE.UU. antes le parecía imposible a Leonor, tener una amistad tan estrecha con alguien que vivía allí la hacía mucho menos “inalcanzable”.
“A través de Michelle, conocí muchas cosas de la cultura”, dice. “Creo que su amistad me abrió puertas”.
Después de escribirse cartas constantemente durante varios años, las chicas tenían ganas de conocerse en persona, y diseñaron un plan para que Michelle viajara a Portugal de visita.
Sin embargo, no fue nada fácil, y Michelle recuerda que aceptó innumerables trabajos de niñera para pagar el pasaje.
“Tardé tres años en ganar ese dinero, haciendo de niñera a 50 centavos la hora”, dice.
Según Michelle, los padres de su barrio le subieron el sueldo de 50 centavos a 1 dólar la hora cuando supieron para lo que estaba ahorrando.
“Se convirtió en un asunto del vecindario”, añade.
Cuando tuvo dinero suficiente para el viaje, Michelle compró el billete.
Y el 7 de agosto de 1980, sus padres la dejaron en el aeropuerto internacional JFK de Nueva York para lo que acabaría siendo uno de los viajes más memorables de su vida.
“Yo tampoco había volado nunca”, explica. “Y tenía 17 años, así que estaba entre el penúltimo y el último año de instituto… No sé muy bien cómo surgió todo. Pero lo siguiente que supe es que estaba en un avión y pasando como tres semanas contigo”.
Como nunca se habían visto en la vida real, tanto Michelle como Leonor se aseguraron de llegar al aeropuerto con algo que les ayudara a reconocerse.
“Fui con una foto de ella en la mano y Leonor tenía una foto mía, y así fue como nos encontramos en el aeropuerto”, dice, añadiendo que también había traído de regalo un peluche de los Pitufos, ya que “estaban de moda en aquella época”, y el álbum “Glass Houses” de Billy Joel.
“Así que paseamos hasta que nos encontramos, y eso fue todo. En realidad, me encontró su hermano.Recuerdo vagamente que me dio un golpecito en el hombro y me mostró la foto. Pensé: ‘’Ya nos encontramos, ¿y ahora qué?’”.
Durante las dos semanas siguientes, Michelle se sumergió por completo en la vida de Leonor en Portugal, yendo de acampada con su familia en el Algarve, e incluso haciendo un viaje en barco a España, antes de conocer la ciudad de Moura.
“Básicamente vivía contigo y hacía lo que tú hacías”, dice dirigiéndose a Leonor.
“Hicimos algunas cosas que quizá hubieran sido un poco especiales, pero en su mayor parte, simplemente me incorporé a la vida familiar. Así que pude ver cómo era su día a día”.
Al preguntarle por sus primeras impresiones de Portugal, Michelle recuerda que le llamaron la atención “los olivos por todas partes”, así como que se horrorizó cuando le trajeron un plato de atún fresco cuando salieron a comer fuera.
“No sabía qué pedir. Y entonces reconocí la palabra ‘atún’”, dice, explicando que antes solo había comido “atún en lata”. “Así que pensé que eso estaría bien”.
“Imagínate mi sorpresa cuando ese atún vino con todo y ojo mirándome. Me quedé como: ‘Oh, vaya… Estoy tan fuera de mi elemento’”.
En cuanto a Leonor, estaba encantada de tener a su amiga de Estados Unidos en la ciudad, y la visita de Michelle dio pronto mucho que hablar en el barrio.
“Era famosa”, dice, antes de detallar lo sorprendida que se quedó cuando Michelle fue a darse un baño justo después de cenar.
“En Portugal se piensa que no es bueno bañarse después de comer”, explica. “Tenemos que esperar dos horas para poder bañarnos… Bueno, ahora yo también me baño después de cenar”.
Tras pasar juntas unas semanas inolvidables, las dos amigas se despidieron en el aeropuerto y Michelle emprendió el regreso a Estados Unidos.
Aunque pasarían décadas antes de que volvieran a verse en persona, Leonor y Michelle nunca dejaron de comunicarse.
A medida que crecían, iban a la universidad, se forjaban una carrera, se casaban y tenían hijos, continuaron escribiendo sus cartas mensuales.
“Cuando nacieron los niños, no paramos”, dice Leonor. “Pero fue más difícil, porque aún no había correo electrónico”.
Leonor y Michelle se mantuvieron al tanto de todos los acontecimientos especiales de sus vidas, pasando de las cartas al correo electrónico a medida que avanzaba la tecnología.
“Una vez que nos dimos cuenta de que podíamos enviarnos correos electrónicos, volvieron a ser un poco más frecuentes”, dice Michelle.
Aunque estaban deseando volver a verse en persona, diversas circunstancias se lo impidieron durante un tiempo.
“Nuestros sueldos no son muy altos aquí en Portugal”, explica Leonor, que es profesora. “Me habría encantado llevar a los niños a Nueva York, por supuesto. Solo pude llevarlos a París y Londres”.
Leonor explica que ella y su marido destinaron gran parte de sus finanzas a la educación universitaria de sus hijos, y pasó mucho tiempo antes de que pudieran permitirse viajar a Estados Unidos.
Sin embargo, al menos ahora confiaba en que algún día lo conseguirían, y así fue.
En 2022, Leonor voló a Estados Unidos con su marido, Filipe, y fue a visitar a Michelle y su familia en Rhode Island.
“Había sido uno de mis sueños”, dice Leonor sobre este viaje tan especial, antes de explicar que estaba previsto que vinieran en 2020, pero el viaje se retrasó debido a la pandemia del covid-19.
Su emoción por estar por fin en suelo estadounidense sólo fue igualada por la alegría de reencontrarse con su querida amiga.
“Fueron literalmente 42 años, casi a la fecha”, dice Michelle. “Por aquel entonces, podíamos hacer videollamadas y enviar correos electrónicos. Así que fue un poco más fácil encontrarla en el aeropuerto de Newark”.
Leonor llegó armada con una larga lista de lugares de interés que quería ver, y Michelle y ella pasaron cinco días “corriendo por la ciudad”.
Cuando Rich, el marido de Michelle, expresó su preocupación por la posibilidad de que las dos amigas descubrieran que no eran tan compatibles como compañeras de viaje, ella dice que descartó la idea por completo.
“Le dije: ‘No me preocupa demasiado’”, explica Michelle. “Porque creo que cuando tienes dos personas que han mantenido la relación que hemos mantenido nosotras durante tanto tiempo, tienes la sensación de que están cortadas por el mismo patrón”.
“Es rara la persona que quiere hacer eso. Así que me sentí muy cómoda”.
Aunque visitaron la Estatua de la Libertad, el puente de Brooklyn, Central Park y el Museo Metropolitano de Arte, Leonor dice que lo que más ilusión le hizo fue ir a M&J Trimming, una tienda neoyorquina de manualidades con infinidad de listones y botones.
“Me gusta hacer ese tipo de cosas”, dice. “Tenía que comprar algo y me compré tres botones. Nunca olvidaré esa tienda. Jamás. Nadie va a Nueva York a una tienda así. Probablemente van a Macy’s”.
Y después de fantasear con cómo sería vivir en Estados Unidos cuando era pequeña, Leonor por fin pudo probarlo de verdad, por cortesía de su querida amiga.
“A pesar de que me gusta mucho Nueva York, y me gustaría volver, los cinco días que pasé en casa de Michelle fueron para mí los más agradables de todos”, dice.
“Poder vivir en una casa estadounidense. Hacer lo que hacen los estadounidenses. Ir a esos supermercados gigantes. Tantos sabores de helado. Tantas Oreos… Todo es tan grande allí”.
Ahora en sus 60, Leonor y Michelle siguen tan unidas como siempre.
Ya no se escriben cartas, pero se comunican constantemente por WhatsApp o correo electrónico, enviándose imágenes de lo que están haciendo e incluso de lo que van a cenar esa noche.
“Me parece increíble que en un mundo tan grande como en el que vivimos hayamos conseguido hacerlo pequeño con esta amistad única”, dice Michelle, que da clases grupales de gimnasia.
“Creo que somos muy compatibles… congeniamos. Tenemos más cosas en común, lo cual es cierto para todo el mundo, ¿no? Tenemos mucho más en común con la gente de lo que nos gustaría pensar. Y resulta que dimos en el clavo”.
“Y ojalá viviéramos más cerca, porque podría vernos dando una vuelta a la manzana y tomando un café un par de veces a la semana”, dice Michelle.
Leonor cree que su larga amistad es testimonio de la noción de que “deberíamos estar más abiertos al mundo exterior”, señalando que encuentra que algunos jóvenes parecen vivir en “un mundo muy pequeño” y “no quieren salir de ese caparazón”.
“Otras culturas nos enriquecen”, añade.
Leonor y Michelle tienen dos hijos cada una, y se emocionaron cuando sus hijas se encontraron en Barcelona, donde vive la hija de Leonor.
“Yo diría que probablemente son más amigas por las redes sociales”, dice Michelle. “Pero estamos en una segunda generación”.
Leonor está enormemente agradecida de que le entregaran aquella carta hace tantos años, y dice que no puede imaginar su vida sin Michelle en ella.
“Amplió mis horizontes”, dice Leonor, describiendo cómo viajó a Alemania para aprender alemán durante sus años de juventud, y más tarde visitó el Reino Unido con sus alumnos. “Que además de mi pequeña ciudad, había un mundo fuera. Y que podía atreverme a soñar, y que algún día iría a esos mundos… Con mucho trabajo he cambiado mi vida, y he viajado mucho y he visto un poco del mundo”.
“Solo un poco, pero me ha venido muy bien. Y este pedacito de mundo que he visto, siempre lo he compartido con Michelle”, añadió.
A pesar de los muchos kilómetros que las separan, el vínculo entre las dos mujeres es tan fuerte como siempre.
“Somos almas afines”, dice Michelle, que ha conservado un álbum de recortes lleno de muchas de las notas, tarjetas y fotos de Leonor a lo largo de los años.
Aunque todavía no tienen planeada otra visita, Michelle y Leonor esperan poder volver a verse en persona en un futuro no muy lejano.
“Esperamos que no vuelvan a pasar 40 años”, dice Michelle, y añade que su objetivo es viajar a Portugal con su marido en 2026. “Ojalá podamos llegar hasta allí”.
Todavía le sorprende que una carta que envió después de “dar vueltas al mundo y poner el dedo en una ciudad” resultara en una de las relaciones más duraderas de su vida.
“Una carta enviada al azar en 1975 dio lugar a una conexión para toda la vida”, dice Michelle.
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