El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, sugirió el fin de semana que EE.UU. debería retomar el Canal de Panamá, una idea que fue inmediatamente rechazada por el Gobierno de Panamá, que ha controlado el paso durante décadas.
En mensajes en redes sociales y comentarios a sus simpatizantes, Trump acusó a Panamá de cobrar a EE.UU. “tarifas exorbitantes” por utilizar el canal e insinuó la creciente influencia china sobre la crucial vía navegable.
“Las tarifas que cobra Panamá son ridículas, especialmente conociendo la extraordinaria generosidad que ha otorgado EE.UU. a Panamá”, escribió Trump en Truth Social el sábado.
El canal, construido por Estados Unidos, fue inaugurado en 1914 y controlado por ese país hasta que un acuerdo de 1977 dispuso su eventual traspaso a Panamá. El canal fue operado conjuntamente por ambos países hasta que el Gobierno panameño se quedó con el control total a partir de 1999.
En un discurso ante una multitud de jóvenes conservadores en Phoenix el domingo, Trump dijo que, si no se sigue el espíritu de ese acuerdo, “entonces exigiremos que el Canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos. Así que, a los funcionarios de Panamá, por favor, que se guíen en consecuencia”.
No está claro hasta qué punto Trump se está tomando en serio su amenaza de reclamar el control sobre el canal, aunque la del fin de semana no ha sido la primera vez que ha dicho que Estados Unidos está recibiendo un trato injusto. El presidente electo no ha aclarado cómo obligaría a un país soberano y amigo a ceder su propio territorio.
Y el Gobierno de Panamá no quiere tener nada que ver con la sugerencia de Trump.
“Como presidente, quiero expresar de manera precisa que cada metro cuadrado del Canal de Panamá y su zona adyacente es de Panamá, y lo seguirá siendo”, dijo el presidente del país, José Raúl Mulino, en un comunicado el domingo.
“La soberanía y la independencia de nuestro país no son negociables”, añadió.
Antes de la finalización del canal, los barcos que viajaban entre las costas este y oeste de América tenían que rodear el Cabo de Hornos, en el extremo sur de Sudamérica, lo que añadía miles de kilómetros y varios meses a sus viajes.
La creación de un paso que acortara ese viaje había sido un objetivo difícil de alcanzar para varios imperios que tenían colonias en el continente americano.
A principios del siglo XX, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt hizo de la construcción de un paso una prioridad. El territorio estaba entonces controlado por la República de Colombia, pero una revuelta apoyada por EE.UU. condujo a la separación de Panamá y Colombia, y a la formación de la República de Panamá en 1903. Estados Unidos y la recién formada república firmaron ese año un tratado que otorgaba a Estados Unidos el control sobre una franja de 16 kilómetros de terreno para construir el canal a cambio de un reembolso económico.
El canal se terminó en 1914, consolidando el estatus de Estados Unidos como superpotencia tecnológica y de ingeniería, pero tuvo un enorme coste humano. Se calcula que unas 5.600 personas murieron durante la construcción del canal.
La utilidad del canal quedó demostrada durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se utilizó como vía de paso fundamental para el esfuerzo bélico de los Aliados entre los océanos Atlántico y Pacífico. Pero la relación entre Estados Unidos y Panamá se fue desintegrando poco a poco por desacuerdos sobre el control del canal, el trato a los trabajadores panameños, y cuestiones sobre si las banderas estadounidense y panameña debían ondear conjuntamente en la zona del canal.
Estas tensiones alcanzaron su punto álgido el 9 de enero de 1964, cuando los disturbios antiestadounidenses provocaron varias muertes en la zona del canal y la breve ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Años de negociaciones para llegar a un acuerdo más equitativo desembocaron en dos tratados durante el Gobierno del presidente Jimmy Carter. Los acuerdos declaraban el canal neutral y abierto a todos los buques y preveían el control conjunto de EE.UU. y Panamá del territorio hasta finales de 1999, fecha en la que se otorgaría a Panamá el control total.
“Debido a que hemos controlado una franja de 16 kilómetros de ancho en el corazón de su país y a que consideran injustas las condiciones originales del acuerdo, el pueblo panameño no está satisfecho con el tratado”, declaró Carter a los estadounidenses tras la firma de los tratados. “Fue redactado aquí, en nuestro país, y no fue firmado por ningún panameño”.
El entonces presidente añadió: “Por supuesto, esto no da a Estados Unidos ningún derecho a intervenir en los asuntos internos de Panamá, ni nuestra acción militar iría nunca dirigida contra la integridad territorial o la independencia política de Panamá”.
No todo el mundo apoyaba el plan de Carter. En un discurso de 1976, el entonces candidato presidencial Ronald Reagan dijo que “el pueblo de Estados Unidos” es “el legítimo propietario de la zona del canal”.
Las tensiones en torno al canal volvieron a deteriorarse a finales de la década de 1980, bajo el Gobierno de Manuel Noriega, destituido tras la invasión estadounidense de Panamá en el marco de la “guerra contra las drogas”.
Poco después de que los panameños retuvieran el control total del canal en 2000, el volumen de transporte marítimo superó rápidamente la capacidad de la vía navegable. En 2007 se inició un enorme proyecto de ampliación que se completó casi una década después.
Pero la zona que rodea el canal ha sufrido graves sequías, lo que ha reducido los niveles de agua y ha dificultado su correcto funcionamiento. Las autoridades del canal establecieron restricciones al tráfico e impusieron tarifas más elevadas para atravesarlo.
Esas tarifas parecen formar parte del problema de Trump con el canal. El presidente electo las calificó el domingo de “ridículas” y “muy injustas, sobre todo conociendo la extraordinaria generosidad que ha otorgado a Panamá, digo, muy tontamente, Estados Unidos”.
La otra afirmación de Trump, la de que China busca ejercer más control sobre Panamá y la zona del canal, no carece de fundamento. En 2017, Panamá firmó un comunicado conjunto que subrayaba que no mantendría ningún vínculo oficial con Taiwán, la democracia autónoma que el gobernante Partido Comunista de China reclama como territorio propio. Desde entonces, la influencia de China en los alrededores del canal ha crecido.
En respuesta a las declaraciones de Trump durante el fin de semana, el presidente de Panamá dijo: “Las tarifas no son un capricho”. También descartó la idea de que China ejerza un control abierto sobre el canal.
“El canal no tiene ningún control, ni directo ni indirecto, ni de China, ni de la Comunidad Europea, ni de Estados Unidos ni de ninguna otra potencia”, dijo Mulino en su declaración.
Las declaraciones de Trump son el más reciente ejemplo del presidente electo expresando su deseo de obtener, o amenazando con tomar o invadir, territorio perteneciente a una potencia extranjera amiga.
Desde su elección en noviembre, Trump se ha burlado del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, sugiriendo que su país debería convertirse en el 51º estado de Estados Unidos.
Durante su primer mandato, Trump planteó repetidamente la idea de que Estados Unidos compraría Groenlandia a Dinamarca. El Gobierno de la isla dijo que “no está en venta”.
Pero Trump no parece disuadido. Durante el fin de semana, el presidente electo resucitó la idea al anunciar su elección como embajador en Dinamarca.
“Por motivos de seguridad nacional y libertad en todo el mundo, Estados Unidos de América considera que la propiedad y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta”, dijo Trump al anunciar su elección.
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