China y América Latina: una historia de comercio, inversiones y suspicacias

Pasó rápido y a la sombra de grandes acontecimientos en Ucrania, Gaza y el Líbano: a mediados de noviembre la presidenta de Perú, Dina Boluarte, y el presidente de China, Xi Jinping, inauguraron en Chancay un gigantesco puerto sobre el océano Pacífico, diseñado –según ambos Gobiernos– para potenciar el intercambio entre Asia y América.

Para Xi, la obra busca generar “importantes aportes para una mayor conectividad entre Sudamérica y China”. Boluarte, en cambio, dijo que intentaba hacer de Perú un “actor clave” en el comercio mundial.

Como sea, se trata de la más reciente –y, quizás, más contundente– muestra del crecimiento de los intereses de China en América Latina, y se espera que las operaciones del megapuerto de Chancay, cuyo accionista mayoritario es la empresa china Cosco Shipping Ports Limited, comiencen en 2025.

Pero no todo es comercio.

En medio de una rivalidad que en los últimos años ha hecho del comercio global su principal campo de batalla, Estados Unidos y China también compiten por influencia en América Latina y tienen intereses en la región.

La Estación del Espacio Lejano montada por China en la Patagonia argentina y la expansión de las iniciativas en inversiones chinas en toda la región muestran que Beijing no solo busca vender y comprar, sino también exponer su visión de un mundo multipolar que trasciende al orden promovido por Washington.

Estados Unidos, por su parte, tiene una larga relación llena de luces y sombras con América Latina, región a la que llegó a considerar su “patio trasero” al momento de posar la mirada sobre Europa y Asia.

La presencia de China en la región, en cambio, es más reciente y geográficamente menos evidente: no hay países más lejanos del territorio de China que Chile y Argentina, efectivamente al otro lado del mundo.

Y ahora, Estados Unidos y China competirán por aumentar su presencia en América Latina en medio de renovadas tensiones comerciales: a comienzos de diciembre China anunció que incrementaría el déficit, impulsaría el crédito y relajaría su política monetaria para hacer frente a la amenaza de mayores aranceles aduaneros de parte del presidente electo Donald Trump.

Durante el proceso de independencia de los países latinoamericanos, a lo largo del siglo XIX, la China de la dinastía Qing vivió un momento de fragmentación y presión internacional conocido como el “siglo de la humillación”, y hubo un intercambio limitado entre las regiones principalmente a través de mercaderes portugueses, como reconstruye R. Evan Ellis en su libro “China engages Latin America”.

La situación cambió en el siglo XX: tras la victoria de Mao Zedong, en 1949, y el establecimiento de la República Popular China –en contraposición con la República China establecida en Taiwán–, en 1960. Cuba fue el primer país en establecer relaciones diplomáticas con Beijing y otros le siguieron pronto: Chile fue el pionero en Sudamérica en establecer relaciones con China, en 1970; Argentina lo hizo en 1972 y Brasil, en 1974.

Pero fue solo después del salto económico de China en la década de 1990 que las relaciones, inicialmente comerciales, comenzaron a crecer: en 1993, China era el destino de 2% de las exportaciones de América Latina, y para el 2013, en medio de un ciclo de altos precios de materias primas, llegaba al 9%, de acuerdo con el reporte “China en América Latina” publicado por la Universidad del Pacífico y la Boston University.

De acuerdo con datos más recientes de 2022, recopilados por el Banco Mundial, China concentra el 12,98% de las exportaciones de América Latina y es origen del 20,97% de sus importaciones. Pero el primer socio comercial de la región sigue siendo Estados Unidos, que concentra el 41,7% de sus exportaciones y es origen del 31,27% de sus importaciones.

Las relaciones crecieron especialmente tras el ingreso de China en la Organización Mundial de Comercio, en 2001, señala Evan Ellis, tras lo cual numerosas empresas chinas comenzaron también a asentarse en América Latina, entre estas la minera Shougang, en Perú, y la petrolera CNPC, en Venezuela, y luego, en Ecuador y Colombia. También ha habido inversiones importantes en Brasil, Argentina y Chile, entre otros países.

Precisamente, a comienzos de la década del 2000, había expectativas de una gran expansión de China en América Latina, pero esta no se concretó como lo esperado.

“Los mayores avances de la República Popular China se produjeron en los pequeños países del Caribe y en Estados populistas de izquierda como Ecuador, Venezuela y, en menor medida, Bolivia”, señala Evan Ellis.

La economía de China, por otro lado, ya no goza de la potencia y salud de décadas pasadas, y es de esperar que una ralentización de su crecimiento, del comercio y de las inversiones impacte también en América Latina.

“A mediano plazo, se prevé que la economía china experimente una ralentización estructural. Al crecimiento potencial le ha seguido una tendencia decreciente, reflejo de una demografía adversa, un tibio crecimiento de la productividad y las crecientes limitaciones de un modelo de crecimiento impulsado por la inversión y alimentado por la deuda”, dice un reporte sobre el país del Banco Mundial.

China ya es uno de los socios comerciales más importantes –en algunos casos, el principal– de la región, especialmente en países de Sudamérica como Argentina, Brasil, Chile y, claro, Perú, según datos de 2022 del Observatorio de Complejidad Económica. México, una de las economías más grandes de América Latina, sigue dependiendo principalmente de Estados Unidos en materia comercial.

Estos países sudamericanos, y América Latina en general, no tienen al momento la misma importancia para la economía de China: Sudamérica ocupa el cuarto lugar entre los orígenes de sus importaciones, y el quinto destino de sus exportaciones. Pero el puerto Chancay, en Perú, muestra que China sigue apostando a este mercado en el contexto de su iniciativa de la Franja y la Ruta, un proyecto global de acuerdos comerciales y obras de infraestructura conocido también como la Nueva Ruta de la Seda.

Entre los puertos de ultramar de Cosco, Chancay no es de los de mayor capacidad en términos de TEU, una unidad de medida equivalente a un contenedor promedio: se espera que mueva 1.000.000 TEU al año, cuando en promedio las instalaciones de la empresa en el extranjero tienen capacidad para unos 2.620.000 TEU. Pero sí es notable su capacidad de carga a granel: 6.200.000 de toneladas al año.

Precisamente, de Brasil y Argentina, China obtiene mayormente productos agrícolas y alimentos; de Chile y Perú, el cobre y otros minerales. A todos ellos les vende productos manufacturados, incluyendo maquinaria, textiles y tecnología, entre otros rubros.

“La presencia de China ha sido crucial para la diversificación de socios económicos latinoamericanos, a la vez que ha sido un factor que ha contribuido a una reprimarización de las economías regionales, ya que el pujante mercado chino para las exportaciones latinoamericanas ha sido esencialmente uno de materias primas”, señalan los investigadores Rafael Ioris y Marco Cepik en el libro “China, Latin America, and the Global Economy”.

Lejos del comercio, las inversiones y los puertos, uno de los puntos más controversiales de la presencia de China en América Latina en los últimos años ha girado en torno a la Estación del Espacio Lejano instalada en la provincia de Neuquén, en el sur de Argentina.

Administrada por la Agencia Nacional China de Lanzamiento, Seguimiento y Control General de Satélites (CLTC, por sus siglas en inglés), la construcción de la estación finalizó en 2017 y es la primera de este tipo instalada fuera de China.

China asegura que “la Estación de Espacio Lejano en Neuquén es una instalación de cooperación tecnológica espacial entre China y Argentina”, destinada solo a la investigación científica y uso civil en el marco del programa espacial chino.

El 12 de marzo de 2024, ante la Comisión de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, la entonces jefa del Comando Sur de EE.UU., general Laura Richardson, sostuvo que la Estación “puede traducirse en capacidades militares globales que podrían apoyar el monitoreo, el seguimiento y la selección de objetivos de nuestras fuerzas y afectar los objetivos convencionales y nucleares, las operaciones tierra-aire-mar, las capacidades de ataque convencional de precisión y la defensa antimisiles”.

En abril, CNN contactó a la Administración Espacial Nacional China sobre el posible uso de información obtenida por la Estación del Espacio Lejano para fines militares y no obtuvo respuesta.

La de China no es la única instalación espacial en Argentina: la Agencia Espacial Europea (ESA) también opera una Estación del Espacio Lejano en la provincia de Mendoza.

Pero la llegada del programa espacial chino a la Patagonia argentina ha generado suspicacias desde la firma de los primeros tratados en 2012, y es uno de los puntos más destacados de la historia reciente entre China y la región.

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