OPINION | La búsqueda de la unidad

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España, y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México, y Álvaro Colom de Guatemala. Izurieta también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Ver más opiniones en cnne.com/opinion

(CNN Español) — Luego de cuatro años de una retórica política agresiva, divisionista y polarizante, fue refrescante escuchar el discurso de toma de posesión del presidente Joe Biden. Tiene mucha razón cuando dijo que las cosas que nos dividen no son nuevas. Lo que fue nuevo en los cuatro años anteriores fue usar el podio político, no para sanar esas heridas y divisiones, sino para promoverlas y manipularlas con objetivos políticos egoístas y cortoplacistas.

Las luchas por los derechos civiles y por el fin de la discriminación y marginación racial tienen muchos años en la historia de la humanidad y la de EE.UU. Pero lo que tiene que hacer la política es luchar contra la discriminación, no aprovecharse de ella.

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Los discursos populistas se aprovechan de los marginados: siempre lo han hecho. Al final de sus gobiernos los pobres no están mejor en la Venezuela de Chávez o Maduro, o los blancos pobres en las zonas rurales de EE. UU. Las fábricas no han vuelto a EE.UU, muchas de las minas cerradas no se han reabierto: la maniqueista idea de hacer para ellos “America Great Again” no se cumplió. La lucha contra la marginación y la pobreza requiere mucho más que retórica. Requiere claras políticas bien articuladas que en el tiempo vayan disminuyendo esa brecha, no agrandándola.

Para hacerlo hay que comenzar por otra búsqueda que mencionó muy bien Biden en su discurso. Como buen católico (tan solo el segundo presidente católico en la presidencia de EE.UU.) Biden citó a San Agustín, quien tenía una pasión por la búsqueda de la verdad. En mi artículo anterior, como anticipándome a las palabras del discurso de Biden, escribí justamente sobre ese tema.

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Si bien la verdad que buscaba San Agustín y que lo hizo uno de los grandes filósofos de la humanidad era principalmente la verdad absoluta y la búsqueda de Dios; en los años de Trump hubo una guerra maniqueista contra los hechos y la verdad. Hasta ahora la mayoría de la gente está confundida entre dos conceptos fundamentales en el conocimiento y la ciencia: la diferencia entre los “hechos” y las “opiniones”.

La gente es libre de tener sus opiniones. Es más, es loable. Lo que la gente no debería sentirse libre de hacer es cambiar los hechos. Los hechos son datos reales (y confirmables de la realidad). Los datos se pueden interpretar (y hasta deben serlo) pero no deben ser alterados.

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A veces no están claros los hechos porque nos falta información. La ciencia y el conocimiento avanzan rápidamente y gracias a esa búsqueda (de la ciencia) hemos descubierto la máquina de vapor, llegado a la Luna y descubierto las vacunas contra la poliomielitis y el covid-19.

Hay gente (mucha más de la que nos podríamos imaginar) que no sabe cuál es el 10% del número 100 o que la Tierra no es plana. Me duele la ignorancia y como buen uruguayo y seguidor de José Pedro Varela, creo que “la ignorancia no es un derecho sino un abuso”. Pero la gente es libre de mantenerse ignorante a pesar que hoy en día es mucho más fácil informarse y educarse, gracias al fácil acceso del conocimiento a través de la tecnología.

Como dice Biden, lo que nos divide no es nuevo y las teorías de la conspiración tampoco. Lo que ha sido nuevo en estos últimos cuatro años es que han sido promovidas por el mismo presidente de EE.UU. Eso era simplemente una fórmula para el desastre y el desastre se dio la tarde del 6 de enero cuando hordas incitadas por ese discurso vandalizaron el Congreso de EE.UU. La libertad de expresión está garantizada pero no así la libertad de acción, entre las cuales, está obviamente la violencia y el vandalismo.

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Lo que sucedió en las horas siguientes, por el contrario, fue una muestra de lo que significa la unidad democrática moderna y civilizada. Unidos, demócratas y republicanos confirmaron formalmente la decisión popular expresada en las urnas el 3 de noviembre y del Colegio Electoral el 14 de diciembre.

El acto de toma de posesión del presidente Biden fue sobrio, solemne y comenzó con claras demostraciones de la búsqueda de la unidad, ya que líderes de ambos partidos asistieron al servicio religioso pedido por Biden.

Sin duda muchos extrañamos la oportunidad de ir a saludar al nuevo presidente en las calles; pero lo hicimos remotamente como estamos haciendo remotamente todo lo que nos es posible por causa de la pandemia; sobre todo las celebraciones.

Joe Biden recibe una nación con tres grandes problemas: más de 400.000 muertos por la pandemia de covid-19 (y como lo mencionó el mandatario en su discurso, trágicamente es una cifra superior al número de ciudadanos estadounidenses muertos en la Segunda Guerra Mundial); un retraso inaceptable en la administración de vacunas; una crisis económica agravada por ese mal manejo de la pandemia y un estado de inseguridad interna muy grave, en gran parte porque ha sido incentivado por el ahora expresidente Trump durante cuatro años.

A pesar de todo eso, el cambio ya comenzó, porque creo que el cambio comienza muchas veces por las palabras y los mensajes que busquen ayudarnos a encontrar la unidad y el progreso.

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