Una nueva amenaza de superbacteria se extiende por todo el mundo. Las culpables: esporas microscópicas de hongos que viven dentro y sobre los cuerpos humanos y en la suciedad y el aire.
Torrence Irvin cree que los hongos potencialmente mortales llamados Coccidioides entraron en sus pulmones en junio de 2018 mientras se relajaba en su patio trasero en Patterson, California.
“Estaba sentado en mi reposera disfrutando de un agradable día de verano, jugando en mi teléfono y tomando un cóctel”, dijo Irvin, quien estuvo cerca de la muerte antes de que un especialista diagnosticara correctamente su infección casi un año después.
“Pasé de ser un hombre de 131 kilos a ser un esqueleto de 68 kilos”, dijo. “Llegó un punto en el que mis primeros médicos simplemente levantaron las manos y le dijeron a mi esposa que no había nada que pudiéramos hacer. Todavía recuerdo cómo ella sollozaba cuando le dijeron eso”.
Al igual que Irvin, Rob Purdie estaba fuera de su casa de Bakersfield, California, trabajando en su jardín, cuando cree que inhaló esporas de Coccidioides, en 2012. La infección pronto se extendió a su cerebro, causando meningitis fúngica. Esta afección se caracteriza por una inflamación potencialmente mortal de las membranas protectoras que rodean el cerebro y la médula espinal.
“En aproximadamente el 3 % de las personas infectadas, el hongo va a otra parte del cuerpo, más allá de los pulmones, a la piel, los huesos y las articulaciones y otros órganos, o a lugares extraños como el globo ocular, el diente y el dedo meñique”, dijo Purdie, miembro fundador de la organización sin ánimo de lucro MYCare, o MYcology Advocacy, Research & Education, que educa y promueve la investigación en el campo de las enfermedades fúngicas.
“La mitad de las veces llega al cerebro, como en mi caso”, explicó Purdie. “Para controlar mi enfermedad el resto de mi vida, tengo que ponerme inyecciones intracraneales con un fármaco tóxico de 80 años de antigüedad, que me está envenenando lentamente”.
En la serie de HBO “The Last of Us”, el ficticio hongo mutante Cordyceps se propaga a través de las mordeduras de huéspedes humanos infectados. (HBO y CNN comparten la misma empresa matriz, Warner Bros. Discovery).
En la serie, el parásito invade rápidamente el cerebro de las víctimas, convirtiéndolas en un violento depredador cubierto de escamas con tentáculos que brotan de la boca. Sin embargo, el Cordyceps de la vida real solo infecta a insectos como hormigas, escarabajos, mariposas, polillas y arañas; el resto de la trama es ciencia ficción.
La realidad, sin embargo, no requiere zombis de ciencia ficción: los hongos que mutilan y matan a las personas se están extendiendo rápidamente en el mundo de hoy. Estimaciones mundiales recientes indican que cada año se producen 6,5 millones de infecciones fúngicas invasoras y unas 3,8 millones de muertes, y algunas de esas infecciones son cada vez más difíciles de tratar.
Debido a la resistencia microbiana emergente a todos los fármacos fungicidas existentes, en abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificó 19 especies de hongos como de prioridad crítica, alta o media para el desarrollo de nuevos medicamentos.
Los hongos del género Coccidioides, que infectaron a Irvin y Purdie, figuran en la lista de prioridades de la OMS.
Aunque las muertes asociadas a las superbacterias bacterianas son mayores que las relacionadas con los hongos (4,7 millones frente a 3,8 millones), hay cientos de antibióticos disponibles para tratar las bacterias. En cambio, solo se utilizan unos 17 antifúngicos, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos. Una de las razones es la dificultad de fabricar fármacos que maten al hongo sin dañar a los humanos.
“Genéticamente, los hongos están más estrechamente relacionados con los humanos que las bacterias”, dijo el Dr. Neil Clancy, especialista en Enfermedades Infecciosas, profesor asociado de Medicina y director del Programa de Micología de la Universidad de Pittsburgh.
“Si se intenta fabricar un fármaco antifúngico, hay que dar con objetivos que no dañen los genes y proteínas que tienen los humanos”, señaló Clancy. “Ahora mismo, el fármaco que usamos que mejor mata los hongos tiene reacciones cruzadas con las células renales humanas, por lo que puedes acabar con insuficiencia renal”.
Otros antifúngicos pueden causar impotencia, pancreatitis, daños hepáticos y reacciones alérgicas graves.
Las infecciones fúngicas en personas que por lo general están sanas suelen resolverse con el tratamiento antifúngico actual, sobre todo cuando se detectan a tiempo, afirman especialistas. Según los CDC, las personas más vulnerables a las infecciones fúngicas invasivas son las que tienen el sistema inmunitario debilitado, quizá debido a tratamientos de quimioterapia, diálisis, VIH/sida, medicamentos inmunosupresores y trasplantes de órganos o células madre.
Sin embargo, ni Irvin ni Purdie estaban inmunodeprimidos cuando contrajeron la coccidioidomicosis, o cocci, la enfermedad causada por los hongos que inhalaron. Dado que los investigadores identificaron por primera vez la cocci en el valle californiano de San Joaquín, también se conoce como fiebre del valle.
“Algunos de estos pacientes, a pesar de no estar inmunodeprimidos, simplemente no combaten bien la infección”, dijo el Dr. George Thompson, investigador de hongos y profesor de Medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad de California en Davis.
“Si pudiéramos averiguar qué es diferente en su sistema inmunitario, quizá podríamos aumentarlo para ayudarles a contrarrestar el hongo”, comentó Thompson, el especialista que diagnosticó la fiebre del valle a Irvin.
El Cryptococcus neoformans, causante de una forma potencialmente mortal de meningitis, encabeza la lista de la OMS de los cuatro parásitos fúngicos más prioritarios para la investigación y el desarrollo de nuevos fármacos. La tasa de mortalidad de una infección por C. neoformans es altísima, de hasta el 61 %, sobre todo en pacientes infectados por el VIH.
Aspergillus fumigatus, un moho que daña los pulmones y puede propagarse a otras partes del cuerpo, ocupaba el segundo lugar de la lista.
“El Aspergillus está en todas partes: en el suelo, en las hojas que barres, en el mantillo que pones”, dijo Thompson. “Es realmente difícil de evitar y tiene una tasa de mortalidad asociada muy alta —alrededor del 40 % en algunas personas—, por lo que es una infección para la que necesitamos desesperadamente nuevos fármacos”.
Candida auris es la tercera en la lista de enfermedades críticas y es única en varios aspectos. En primer lugar, el microbio ya era resistente a las cuatro clases de tratamientos fungicidas cuando apareció por primera vez en Estados Unidos, en 2013.
“Candida auris llegó con resistencia antifúngica incorporada”, dijo Clancy, de la Universidad de Pittsburgh. “No requiere la aparición de nuevas mutaciones para desarrollar resistencia a los fungicidas”.
También conocida como C. auris, la levadura es inusual porque es “pegajosa” y se adhiere tanto al plástico como a la piel de un modo que otras especies de Candida no hacen, dijo el investigador fúngico Dr. Jatin Vyas, profesor de Medicina en el Colegio Vagelos de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York.
Esta resistencia fúngica hace que C. auris sea extremadamente difícil de descontaminar cuando se encuentra en hospitales, residencias de ancianos y clínicas de diálisis muy concurridas.
“Un paciente puede estar colonizado por C. auris, y luego un trabajador sanitario o alguien que lo esté cuidando lo toca y contrae el organismo”, explicó Vyas. “Los cuidadores pueden entonces estar colonizados y transmitirlo de paciente a paciente”.
En 2016, hubo 51 casos clínicos de C. auris en cuatro estados, según los CDC. Para 2023 —solo siete años después— se habían identificado 4.514 casos clínicos en 36 estados. Los casos clínicos de esta levadura multirresistente aumentaron un 95 % interanual solo en 2021.
Candida albicans, prima de C. auris, es una levadura común que vive en pequeñas cantidades en la piel y en la boca, la garganta, los intestinos y la vagina. C. albicans ocupa el cuarto lugar en la lista de patógenos críticos prioritarios de la OMS.
Como parte de un microbioma sano, C. albicans vive pacíficamente en el cuerpo e incluso puede desempeñar un papel en el refuerzo de la inmunidad. Sin embargo, cuando ese equilibrio se ve alterado por los antibióticos o un inmunosupresor, puede causar molestas infecciones por hongos o dar lugar a una candidiasis invasiva resistente a los antimicrobianos.
“Las infecciones por Candida pueden acabar en el torrente sanguíneo y, cuando lo hacen, las tasas de mortalidad registradas oscilan entre el 40 % y el 60 %, incluso con un diagnóstico y tratamiento rápidos”, indicó Vyas.
Torrence Irvin empezó a tener problemas para respirar en junio de 2018. Pensó que era un resfriado, así que no fue al médico. Los síntomas persistieron, y ese agosto comenzaron los vómitos.
“Estaba vomitando todo lo que ingería, ya fuera agua o sólidos”, dijo Irvin. “Mi esposa encargó bolsas para los vómitos y yo tenía que llevar una conmigo, fuera donde fuera, hiciera lo que hiciera. Empecé a debilitarme. Empecé a perder peso”.
Rhonda Smith-Irvin, su esposa desde hace 22 años, se sorprendió de lo rápido que se deterioraba su marido.
“Una vez fuimos al hospital dos veces en dos días y entre esos días, perdió 14 kilos; no lo podía creer”, contó. “Estuvimos en el hospital en Acción de Gracias y seguía vomitando todos los días, todo el día”.
Los días en el hospital se convirtieron en semanas. Con un diagnóstico primario de neumonía, Irvin dijo que los médicos no entendían por qué no respondía a los antibióticos. Ser diabético dificultó su recuperación. Según su esposa, su fiebre era peligrosamente alta y difícil de tratar, incluso con hielo alrededor de todo el cuerpo.
“Ni siquiera sabía que tenía fiebre, así que empecé a dormir con él en la cama del hospital para alertar a las enfermeras”, explicó. “Me dijeron que esas fiebres altas podían matarlo por sí solas”.
Como su salud seguía empeorando, contó Irvin, le pusieron un respirador: “Llegué al punto de que solo respiraba con el 20 % de los pulmones”, y recuerda que necesitó tres transfusiones de sangre.
“Nos daba miedo porque estaba muy enfermo”, dijo su madre, Brenda Irvin. “No paraba de decir: ‘¿Me voy a morir?’.
“‘No, no te vas a morir’, le decía, ‘Dios te va a curar’”, dijo. “No podía dejarlo ir por mi fe”.
Durante décadas, la cocci se diagnosticaba principalmente en agricultores y otros trabajadores al aire libre de las áridas regiones desérticas y valles de Arizona, California, Nevada, Nuevo México y Texas, lugares donde prosperan los microbios Coccidioides. Hoy, sin embargo, los casos de cocci se encuentran en más de 20 estados y han llegado tan al este como Pensilvania y Maryland, según datos de los CDC.
“La idea más extendida es que solo se contrae si se trabaja al aire libre en una zona polvorienta. Yo trabajaba en interiores. Hacía planes de jubilación”, dijo Purdie.
Torrence Irvin también trabajaba en interiores, como gerente de unos grandes almacenes.
La crisis climática, el aumento de los incendios forestales y las tormentas de polvo pueden estar alimentando la propagación, según investigaciones. Los modelos de la propagación prevista de la cocci predicen un aumento del 50 % de los casos para 2100.
“Le puede pasar a cualquiera. En el lugar y el momento equivocados, respiran las esporas que transporta el viento”, explicó Thompson, de la UC Davis. “En el centro de California, la gente contrae esta infección simplemente conduciendo por la Interestatal 5”.
Para cuando Irvin descubrió la clínica de Thompson en Sacramento, en marzo de 2019, necesitaba un andador para recorrer distancias cortas. Thompson pronto puso a Irvin en el medicamento experimental olorofim como parte de un ensayo clínico de fase II para probar su impacto en Coccidioides.
El fármaco también se está probando para tratar el Aspergillus fumigatus, el moho de la lista crítica de la OMS.
“Nunca había oído hablar de la fiebre del valle”, dijo Irvin. “Pero el Dr. Thompson dijo que estábamos en un punto en el que habíamos agotado cualquier otra opción que tuviéramos, así que mi esposa y yo estábamos dispuestos a probar esto”.
Según Thompson, si Irvin no hubiera tenido los recursos para encontrar un especialista y cambiar su tratamiento, “probablemente habría muerto de su infección”.
“Me preocupan aún más nuestros pacientes con menos recursos, que pueden tener un resultado realmente malo o morir porque no son atendidos por médicos que trabajan con la cocci y tienen acceso a tratamientos de vanguardia”, dijo Thompson. “Necesitamos más médicos para tratar a estos pacientes e invertir en el desarrollo de nuevos fármacos”.
Olorofim es un medicamento oral de administración diaria, lo que significa que Irvin no se sometió a infusiones intravenosas invasivas que otros fármacos pueden requerir durante sus más de tres años de tratamiento, dijo Thompson.
“Torrence no tuvo ningún efecto secundario, pero algunos otros participantes en el ensayo experimentaron toxicidad hepática”, dijo Thompson. “Pero, por lo general, eso se pudo controlar suspendiendo el fármaco, reiniciándolo con una dosis más baja y aumentándola con el tiempo”.
En la actualidad, Irvin ya no toma olorofim y las pruebas repetidas no muestran la aparición de la enfermedad. Sin embargo, eso podría cambiar.
“El Dr. Thompson me dijo que siempre tendría alguna forma de cocci en mi cuerpo en función del grado en que lo tuviera”, dijo Irvin. “Aun así, he pasado de estar con un andador a estar con un bastón, lo que ha sido una gran mejora para mí. Ha sido una bendición.
“Actualmente sigo de baja por la enfermedad, pero estoy más fuerte”, dijo. “Estoy de vuelta en el gimnasio haciendo ejercicio. Recuperé gran parte del peso que tenía”.
El daño a sus pulmones, sin embargo, fue extenso, dejando tejido cicatricial que Irvin dice que le impide recuperarse completamente.
“Me entra el pánico cuando me falta el aire y me pregunto si tengo que ir a que me revisen”, dijo. “Ojalá hubiera escuchado a mi cuerpo cuando enfermé por primera vez. Si hubiera respondido con más rapidez a lo que me pasaba, quizá habría podido detectarlo antes de que pasara a mis pulmones”.
Ese es el mensaje que Irvin quiere enviar al mundo, especialmente a los hombres que, como él, se consideran invencibles.
“Tenemos que dejar a un lado nuestro ego masculino y escuchar a nuestro cuerpo, porque nos dirá cuándo algo va mal”, señaló Irvin. “Necesitamos prestar atención, cuidarnos. La salud es riqueza. Es muy valiosa”.
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