El futuro de Ucrania se discutirá esta semana en Riad, Arabia Saudia, entre estadounidenses y rusos, sin que estén presentes ni los europeos ni —al momento de escribir estas líneas— los propios ucranianos. La pregunta que se plantean ahora los líderes europeos es: ¿qué pueden hacer al respecto?.
Una reunión organizada a toda prisa en París, por ahora escasa en detalles en cuanto a la asistencia, habla de la preocupación de los europeos ante la realidad de Trump 2.0: que su viejo aliado estadounidense ya no es un gran aliado y, de hecho, que puede ser mucho más peligroso para ellos existencialmente de lo que habían imaginado posible hace apenas una semana.
Por supuesto, el viernes, el vicepresidente estadounidense J.D. Vance pronunció un sorprendente discurso en Munich, un grito de guerra a la extrema derecha europea que fue rápidamente aprovechado por sus medios de comunicación, en el que acusó de venderse a una multitud impasible de líderes europeos elegidos democráticamente en su propio continente.
En una notable y engañosa tergiversación de la historia europea reciente, Vance acusó a su audiencia de haber traicionado los ideales por los que los aliados lucharon durante la Segunda Guerra Mundial. El peligro, dijo, al entusiasmarse con un tema que había tocado en París apenas unos días antes en la cumbre sobre inteligencia artificial del presidente de Francia, Emmanuel Macron, está en la represión de la libertad de expresión por parte de Europa. A eso sumó una advertencia a su audiencia, sobre que no debían temer ni a Moscú ni a Beijing, sino al propio liderazgo europeo.
El discurso fue mucho más allá de lo que nadie había previsto al cuestionar los fundamentos morales de la propia alianza de la OTAN, en lugar de simplemente la cuestión operativa de las contribuciones presupuestarias, que hasta ahora había sido la principal queja del presidente Donald Trump.
Sin embargo, las palabras del vicepresidente, por sorprendentes que fueran, no fueron las únicas que hicieron sonar las alarmas europeas.
Otro alto funcionario estadounidense que habló en Munich fue el enviado especial para Ucrania, Keith Kellogg, quien trató de llevar tranquilidad a la conferencia con palabras duras sobre su plan para arrancar concesiones al presidente de Rusia, Vladimir Putin.
La posición estadounidense, dijo, es ser duro con Moscú, exigir territorio a Rusia y garantías de seguridad para Europa. Sin embargo, sus comentarios llegaron sólo días después de que el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, dijera a sus homólogos de la OTAN en Bruselas que no veía realista que Ucrania se uniera a la alianza, barriendo de un solo golpe no sólo la que ha sido posición estadounidense hasta el momento, sino también lo que muchos habían considerado una pieza clave de influencia cuando comenzaron las negociaciones con Moscú.
El temor de los europeos ahora no es simplemente que los estadounidenses se estén preparando para negociar sin ellos, sino que se estén preparando para negociar mal sin ellos. Y aunque una invitación a los líderes ucranianos para que se unan a las discusiones en Arabia Saudita puede estar en camino, por ahora la perspectiva es que los negociadores estadounidenses y rusos se reúnan alrededor de una mesa para discutir no sólo el futuro de los 6 millones de ucranianos que viven actualmente bajo la ocupación rusa, sino también el de una arquitectura de seguridad europea que impacte más de cerca a la gente que vive en Kyiv y París y todas las ciudades intermedias.
El hecho es que los países europeos, como su aliado estadounidense hasta ahora, pasaron casi tres años agotando sus propios arsenales y tesoros en nombre de una lucha por la libertad y la democracia que les parecía existencial cuando comenzó la invasión rusa. Ahora parece que esa lucha ha quedado totalmente de lado en nombre de la conveniencia política y la búsqueda de la paz.
Y, si bien la paz es también a lo que aspiran los europeos, su preocupación ahora es lo costosa que ésta puede ser, dado el precio que Washington parece dispuesto a pagar, y lo efímera que será, dado el historial de Putin.
De ahí la reunión en París. Los líderes europeos tal vez no puedan opinar sobre los términos de un futuro acuerdo de paz, pero sí esperan encontrar formas de darle garantías de seguridad a Kyiv. Sin embargo, el peligro que enfrentan mientras se dirigen a la capital francesa es que, así como la lucha por Ucrania los unió hace tres años, también el espectro de la paz en su flanco oriental podría dividirlos una vez más. En particular, en un momento en que varios de ellos se enfrentan a una extrema derecha europea cada vez más envalentonada y con mayor éxito electoral, que está mucho más alineada con los nuevos líderes de Washington que ellos.
Sin embargo, los líderes europeos también están dispuestos a no mostrarse nerviosos. El ministro de Asuntos Exteriores francés explicó en la radio francesa este domingo que este tipo de reuniones ocurren todo el tiempo. Y el propio Macron calificó las conversaciones del lunes como “una reunión informal” para aquellos interesados ”en la paz y la seguridad en Europa”.
Por ahora, esperamos que asistan no solo los presidentes del Consejo y la Comisión de la UE, sino también el secretario general de la OTAN y los líderes de Alemania, España, Italia, Polonia y Dinamarca. El primer ministro británico también ha confirmado su presencia, y Downing Street dijo que éste era “momento único en una generación” para la seguridad nacional.
Pocos de los que se dirigían a París habían dudado de que Trump hablara en serio durante su primer mandato como presidente, pero ahora parece haberse rodeado de personas que saben exactamente lo que están haciendo cuando se trata de socavar a Europa y desmantelar la OTAN. Y parece que ya no quieren seguir los dictados de Europa. Esto hará que la reunión del lunes no se centre sólo en cómo ayudar a Ucrania, sino, en esencia, en cómo salvar a la propia Europa.
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