OPINIÓN | La muerte del general López-Callejas, “Zar” de la economía cubana, ¿un parteaguas?

Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continua en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Social, así como estudios posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald en la cadena McClatchy, y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion.

(CNN Español) — La muerte del general de división cubano Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, conocido como el “zar” de la economía cubana, no fue súbita. Un agresivo cáncer de pulmón se lo llevó. Tampoco fue asesinado, como especulan estos días algunos expertos locales, siempre atrapados entre la realidad y la novela.

Otros observadores esperanzados aseguran que su desaparición significará un parteaguas, “un antes y un después”; pero los “antes” y los “después” en la realidad político-económica cubana tienen, hasta ahora, una sola marca: la continuidad.

Es cierto que la situación interna cubana es hoy la más penosa desde el triunfo revolucionario de 1959. Quienes vivieron el “periodo especial” a la caída del comunismo en la URSS, en 1991, y pasan ahora por este nuevo “periodo”, no dudan en calificarlo de mucho más terrible: no hay alimentos en las tiendas y los salarios aumentados a principio de 2021, no alcanzan para comprarlos a sobreprecio. Hoy hay muchos que pasan hambre en Cuba. Han pasado 30 años de protestas internacionales contra el embargo de Estados Unidos –que el Gobierno cubano llama bloqueo–, y el Estado socialista ha hecho poco más que conformarse con la queja. No ha sido capaz de producir en el país más del 20% de los alimentos que consumen los cubanos y tiene que importar hasta el 80%. Hace tres años, el presidente Miguel Díaz-Canel aseguraba en la TV que la falta de electricidad era “una situación coyuntural”, pero hoy los largos apagones de hasta 10 horas azotan de nuevo a la ciudadanía. El sistema sanitario cubano carece de medicinas elementales para asegurar su función. Han pasado 30 años de aquel “periodo especial” y la pobreza es mayor en Cuba.

Gaesa y las empresas que dominaba López-Calleja tenían un amplísimo espectro, mayor que el del propio Estado cubano, y el manejo total de un banco que financiaba sus inversiones: Fincimex. Pero algo más extraño: la gestión, inversión y administración de todo ese monopolio no tenía que rendir cuentas a la Contraloría General de la República. Y, tal vez, seguirá siendo así. Solo falta encontrar quién será la persona de confianza de Raúl Castro que estaría al frente de dicho conglomerado empresarial, fuera del control de los organismos del Estado y que se dice sigue sirviendo al socialismo, aunque nadie sepa muy bien cómo.

Raúl Castro podría resistirse a hacer cambios fundamentales asegurándose solo mínimos indispensables que le aseguren dividendos económicos y la lealtad de sus elegidos, en pos de seguir el luminoso, pero imposible camino hacia un socialismo numantino.

Pero si la dirección política cubana no toma conciencia real de las graves penurias actuales de la población, y continúa apostando por el rechazo a liberar al simple cubano para ser un factor productivo y de creación de riquezas, estará traicionando, tal vez sin notarlo, la sociedad que dice defender. Porque ya lo dijo Karl Marx: “No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”. El ser social determina la conciencia social. Es decir, que las condiciones de la vida material de las personas definen cómo piensan las personas en sus concepciones políticas, entre otras. Y no a la inversa, como ha sido dirigida generalmente la sociedad cubana.

Silvio Rodríguez, cubano, revolucionario cabal donde los haya y autoridad moral donde se encuentre, ha llamado la atención sobre la durísima realidad que enfrenta hoy el pueblo cubano.

Lo cito:

“Me parece que, desde la antigüedad, se sabe que el bienestar es más importante que el triunfo de la justicia […] las diversas experiencias reales de socialismo demuestran que, como fue concebido, es impracticable […]. Una sociedad que no puede garantizar satisfacciones básicas es una sociedad en crisis. Los diseñadores del bloqueo lo sabían; su afán destructor los llevó a convertirlo en ley, para hacerlo inexorable [… ] ¿a dónde vamos si no reconocemos lo que nos pasa?[…] Es injusto, además de insensato, convertir quimeras en principios. No verlo es desesperanzador. Imponerlo es atroz”.

No importa, pues, quién sea designado como relevo de López-Calleja. Lo importante es que, como dijo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador en su reciente visita a La Habana: “… que la Revolución sea capaz de renovarse”. Eso no fue un amable deseo del presidente de México, fue también una solidaria advertencia de lo que le hace falta a Cuba para sobrevivir.

La máxima dirección política de Cuba tiene la obligación nacional e histórica de acabar de aceptar y promover las reformas económicas, de reformar la economía nacional permitiendo que el ciudadano cubano sea libre de ejercer su derecho al comercio, a la producción de bienes y alimentos, sin las cortapisas y limitaciones que brindan ventaja a las empresas estatales. No es tarea fácil en el estado actual del país, pero es lo digno, lo justo, si esa categoría cuenta realmente a la hora de las decisiones gubernamentales en la isla.

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