OPINIÓN | Taiwán: la sangre no llegará al río

Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) — Se llamaba Formosa, “la isla hermosa” en portugués. Taiwán es una mítica sociedad transformada por el arribo de los holandeses y luego de los chinos, hace miles de años a esa isla. En efecto, era hermosa. Tiene unos 36.000 kilómetros cuadrados y hoy posee unos 23 millones de habitantes.

Pero lo más bello de esa isla es la cuenta de resultados. En 1952, tenía un ingreso per cápita de poco menos US$ 213. Hoy, posee uno de más de US$ 34.000 y una robusta clase media (el índice de Paridad de Poder Adquisitivo en Taiwán es de unos US$ 52.304 per cápita). En aquel año, la mayor parte de la economía se movía con la agricultura. Hoy, han tomado su lugar sectores como información, comunicaciones y tecnología. Es, francamente, una economía desarrollada. Un “milagro”, como lo veo yo.

Hacen bien en suprimir el nombre. Llamarse “República de China” estaba muy bien cuando parecía que se trataba de un fenómeno provisional. Chiang Kai-shek había llegado a Taiwán en 1949, al frente de dos millones de soldados y autoridades, huyendo de Mao Tse-tung, en un éxodo de unos 1,5 millones de personas. Poco tiempo antes, en 1945, unos 300.000 japoneses habían abandonado Taiwán. La ocupación japonesa de Taiwán había comenzado en 1895 y, según cuentan los propios taiwaneses, ayudó a desarrollar la fuerza de trabajo, sus sistemas de riego y el ferrocarril, pero también dejó una huella oscura: algunas mujeres eran obligadas a servir como esclavas sexuales durante la Segunda Guerra Mundial.

Chiang llegó matando. Los soldados usaron sus armas a voluntad en este periodo de resistencia a un poder “extranjero” que los involucraba en una guerra. Para Chiang, un nacionalista criado a la sombra de Sun Yat-sen, Taiwán era solo una plataforma para regresar a China. Tuvo un momento de respiro durante la guerra de Corea, cuando parecía que Washington estaba dispuesta a destruir a Mao, pero ese espíritu terminó con el triunfo del general Ike Eisenhower. El héroe de la Segunda Guerra Mundial estaba decidido a ponerle fin a la guerra de Corea. De manera que Chiang se quedó puesto y convidado para la batalla.

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Casi 20 años más tarde, en 1971, el presidente Richard Nixon le puso fin a la ficción de la provisionalidad de Taiwán. Declaró que no tenía sentido perpetuar la falsa idea de que los exiliados en la isla hermosa algún día regresarían a China continental al frente de un ejército victorioso. En 1975 murió Chiang Kai-shek y en el 76 le tocó su turno a su íntimo enemigo Mao Tse-tung. Pero hubo una gran ironía que afectó a las dos partes del conflicto: a la muerte de Chiang le sucedió Yen Chia-kan, el vicepresidente, pero en realidad su hijo Chiang Ching-kuo tenía el verdadero poder. En los dos periodos que siguieron (1978-1988) se echaron, reforma a reforma, las bases de una democracia liberal. A la muerte de Mao, sobrevino Deng Xiaoping, quien enterró el marxismo-leninismo, creándole espacio a una dictadura capitalista gobernada por un partido único.

Hoy, de nuevo están las espadas en alto, pero no creo que la sangre llegue al río. A fin de cuentas, una parte sustancial de las inversiones de Taiwán han ido a parar a China continental, mientras el Kuomintang, el partido nacionalista de Chiang, no es independentista. En todo caso, Taipei –la capital– tiene la excusa perfecta para desarrollar armas nucleares que protegerían a Taiwán del riesgo de una confrontación bélica, como le sucede a Corea del Norte. No creo que nadie “cambiaría” Shanghái o Beijing por hacer polvo a Taiwán.

Sería incontrovertible la posición estadounidense: al menos por ahora es impensable una guerra entre EE.UU. y China. Al mismo tiempo, la razón por la que Japón, Corea del Sur y Taiwán no fabrican su propio armamento nuclear es porque se lo pide EE.UU. y, a cambio, los protege en caso de un conflicto bélico. Para mí, por esta razón, los tres son, en la práctica, protectorados de Estados Unidos, que evita con esa postura la “proliferación nuclear”. En fin: lo que le conviene a China es enseñar los dientes, pero absteniéndose de morder.

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